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La siembra de Gina Pérez en isla de Barú

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Fotografía: María Alejandra Romero Solano

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A solo una hora en carro del casco urbano de Cartagena se encuentra la isla de Barú. Una de las zonas insulares de la ciudad más reconocida nacional e internacionalmente por sus aguas cristalinas que acarician las playas de arena blanca, pero también, por su cultura negra y resiliente que entrelaza la naturaleza con la historia de un pueblo en resistencia.

Barú es la isla continental más grande del país. Sus vastas extensiones abrazan 7.650 hectáreas y se extienden a lo largo de 35 kilómetros, albergando a unos 12.500 habitantes. De ellos, el 86% se identifica como negro, de acuerdo con la Encuesta de Percepción Ciudadana de Cartagena Cómo Vamos. La población de esta Isla se distribuye en los corregimientos de Ararca, Barú y Santa Ana, cuyas costumbres y tradiciones vienen de la herencia de los grupos de africanos esclavizados que llegaron a estas tierras en busca de libertad.

Ahí, en Santa Ana, vive y lucha la protagonista de esta historia, Gina Pérez, quien llegó hace más de dos décadas al corregimiento y desde entonces ha canalizado su energía incansable en la ardua tarea de mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Una tarea imperante en esta zona rural insular, en la que históricamente las administraciones de la ciudad han fallado en garantizar las necesidades básicas a sus residentes y en promover un desarrollo integral en la Isla.

La germinación de una lideresa

Gina, quién dice que le cuesta describirse pero que a la hora de la verdad sabe enunciarse como una “negra con tumbao”, “un tuttifrutti” o una “sembradora de semillas”, es una de las principales figuras de liderazgo en la isla y siempre ha visto en ella una oportunidad de transformación.

“¿Que quién es Gina?” se pregunta sarcásticamente Gina Pérez, sentada en un bohío de una de las instituciones de Santa Ana, corregimiento de la isla de Barú. En medio del ruido de los niños que corren por todas partes, la risa de Gina sobresale en el lugar. Sin embargo, su risa no es necesaria para que ella resalte en el espacio: su elegancia negra, su turbante, su pinta colorida y su sola presencia atrae a todos los que la conocen y a los que la ven por primera vez.

Analiza un poco la pregunta, una que no le gusta responder, pero que al parecer tiene muy clara.

Gina es una negra que tiene ‘tumbao’. Es cultura, saber ancestral, color y alegría. Tiene en su sangre una mezcla de palenque con Santa Ana, porque mi papá es de Palenque y mamá de Santa Ana”, responde. “Nací y me crié más en Cartagena, y cuando era pequeña iba de vacaciones tanto a Palenque como Santa Ana, pero terminé casándome aquí, en Santa Ana.

Asimismo, tiene claro su propósito en la isla. “Me gusta sembrar semillas, cuando salía la hoja me iba”, agrega, haciendo una metáfora a su pasión por el trabajo comunitario. “He creado muchas organizaciones, y cuando veía que ellos podían solos, me iba, demostrándoles que sí pueden, que no deben tener una líder ahí para sostenerlos.”

Para ella, su liderazgo es innato, heredado de una familia de lideres sociales. Pero fue en su época escolar cuando descubrió que había una voz en ella y que podía alzarla ante las injusticias, entre estas, el racismo y la discriminación que vivió durante esa etapa de su vida.

“Yo era una niña que pasaba con pena. A mí me da pena todo. Entré a La Octaviana, una de las mejores Instituciones en ese tiempo Cartagena, que era femenino, y yo era la única negra en el colegia. Además, todas las niñas venían de Manga, Bocagrande, y yo vivía en un barrio popular, el Paraguay.”, relata. “Fue muy duro, sufrí hasta de bullying y todo.Ahí me pegaban chicles en la falda y me dañaban el uniforme. Ese año tuve que comprar hasta cuatro uniformes.” Ahora, ya toda una adulta, recuerda esos momentos sin mayor pesar, pero la forma en que los relata evidencia que estos fueron trascendentales para ella.

Con la misma actitud, sigue contando una de las anécdotas que marcó su vida. “Después de mí, llegó una muchacha que era de Manga, pero era gruesa y a ella se la ‘montaron’. Me dejaron a mí tranquila y la maltrataban. Cuando yo veía que la maltrataban, era como si me maltrataran a mí, y eso me hizo crecer. Tenía también otra compañera, Marta* que también le hacían bullying. Ella tenía su cabello bien largo y un día se lo cortaron en la silla. También le decían que no servía y muchas cosas más. Éramos las tres, y un día Marta se perdió en el baño y cuando nos dimos cuenta ella estaba intentando ahorcarse con una soga en el cuello. Llamamos al vigilante, cortó la soga y la llevaron al hospital.  Cuando llegamos, la mamá no me quiso atender porque era negra. Cuando me dijo eso yo le dije: ‘esta negra salvó la vida su hija, porque si esta negra no va, ella se ahorca.’ De ahí, yo fui una de las primeras lideres estudiantiles hasta que me gradué, luego de que no me querían.”

Con el tiempo, su vocación de líder se fue afianzando y, a su llegada a Santa Ana, vio la oportunidad de transformar una situación que, para ella, que venía de ser parte de procesos de empoderamiento con mujeres, era inconcebible.

“Cuando llegué a Santa Ana”, relata Gina, “vi a un poco de mujeres ahí sentadas jugando carta y juegos de azar, y yo me preguntaba si es que no tenían más nada que hacer. Yo veía la necesidad de que las mujeres tenían que ser emprendedoras.”

Esta anécdota es una de las recurrentes que cuenta Gina al ser entrevistada para medios de comunicación. Pero, aunque pasó hace dos décadas, más que un simple relato para mostrar lo que la inspiró en su liderazgo, esta evidencia varias problemáticas que siguen latentes en la isla de Barú, como lo es la pobreza y la falta de oportunidades de empleo.

 
En 2023, de acuerdo con la Encuesta de Percepción Ciudadana (EPC) realizada por Cartagena Cómo Vamos, el 57% de los habitantes de la Isla de Barú se percibió como pobre, muy superior al 41% de Cartagena en general. Santa Ana se destaca como el corregimiento con la más elevada autopercepción de pobreza, con un 58% de los habitantes que considera se encuentra en esta situación.

Este primer indicador da luces de una situación aún más crítica, tal como lo es la seguridad alimentaria. En la misma encuesta, el 52% de la Isla afirmó que ellos o algún miembro de su familia en las últimas cuatro semanas tuvo que comer menos de 3 comidas diarias porque no había suficientes alimentos. En Santa Ana, este porcentaje llegó a ser el 59% de la población.

Asimismo, para los habitantes de la isla, la falta de oportunidades en la zona es una de las razones por las cuales la situación económica de su hogar ha empeorado en el último año.

La situación se torna especialmente crítica para las mujeres en la isla, ya que son ellas las que experimentan niveles más elevados de autopercepción de pobreza e inseguridad alimentaria. Además, enfrentan el desafío adicional de percibir que es más complicado conseguir empleo o emprender en comparación con otros sectores de la población.

“La mujer aquí en la comunidad de Santa Ana tiene mucho poder.” proclama Gina con convicción y rabia, pues conoce de primera mano cómo estas mujeres han sido subestimadas. «Nada más con ser negra, tienen poder. Nada más con vestir un turbante o trenzas, tiene poder, pero a veces no se la creen. La mujer aquí es trabajadora, es emprendedora, la mujer aquí solamente falta que saque lo que tienen dentro, que no solamente son las tripas, sino su conocimiento, porque saben hacer muchas cosas. Hay mujeres que saben lo que es la modistería, pero no creen que pueden ser diseñadoras de moda o que pueden crear cosas nuevas; la mujer aquí es artesana, pero no cree que pueda hacer diseños nuevos; es masajista, pero no cree que pueda tener un spa en su casa en su casa y que la gente pueda ir.”, expone cansada la situación.

De la semilla nacieron árboles

Desde hace más de 20 años, Gina viene luchando para impactar las cifras de vulnerabilidad en Santa Ana. Por eso, en su llegada al corregimiento, creó el primer grupo de mujeres que ayudaría a muchas madres cabeza de hogar a sacar adelante a sus familias.

Yo siento que donde una persona me necesita, ahí tengo que estar. Y cuando llegué a Santa Ana vi las necesidades. De ahí armo el primer grupo de mujeres y de niños. Con el grupo de mujeres lo que hacemos es enseñarles a hacer cosas, artesanías. Voy de barrio en barrio con los materiales y con la que sea comenzamos a hacer cosas útiles para ellas.

Estas primeras semillas fueron creciendo, y de ellas nació un gran árbol, la Corporación Son Afro Santanero, un espacio de formación y transformación a través del arte y la cultura. Para Gina, su hogar.

“La Corporación Son Afro Santanero hacía de todo, estaba metida en todos los charquitos. Nosotros tenemos casi diez años o más de estar legalmente constituidos. Pero de existir tenemos casi 15 años. Esta surge de los tiempos de dedicación con los niños, de la dedicación con las mujeres, de visibilizar toda esa parte de cultura que tenemos en la comunidad. La Corporación Son Afro Santanero tiene así, fijo, 135 personas entre niños, adolescentes, madres cabeza de familia y adultos mayores.”, menciona con orgullo.

No satisfecha con todos sus esfuerzos, Gina tomó una decisión trascendental en 2010 al llevar su liderazgo a los niveles de toma de decisiones locales. Fue entonces cuando su determinación y fortaleza la condujeron a ser parte de la Junta de Acción Comunal (JAC) de Santa Ana y posteriormente del Consejo Comunitario, dos de las instituciones con más legitimidad para los baruleros y las que al menos el 42% de ellos considera que más incidencia tienen para mejorar la calidad de vida de los habitantes de la Isla. Sin embargo, el camino no fue fácil y tuvo que desafiar las barreras del machismo arraigado en la comunidad.

“Yo fui la primera mujer en la Junta de Acción Comunal. Los hombres me decían: ‘Qué me vas a mandar tu a mí?’. Y yo les contestaba: ‘y hasta más’.”, afirma con altivez. “Es un reto llegar a ser la primera mujer en la Junta de Acción Comunal en un pueblo donde todavía existe el machismo. Sin embargo, gané. Para mí, un líder para meterse a esta vaina tiene que hacer un trabajo comunitario, debe tener reconocimiento y la gente debe seguirlo. Fui cuatro años y vi muchas mejoras en el corregimiento”, menciona con satisfacción.

No obstante, el desempeño constante en labores de liderazgo dejó secuelas en la salud mental y física de Gina, llegando al punto en el que se vio obligada a tomar una decisión en beneficio propio y no solo de su comunidad.

“Tuve un preinfarto. El doctor me dijo la palabra mágicas: ‘si quiere vivir, tienes que quedarte quieta’, así que mandaron un mes a Palenque a mí sola para que me relajara. Pero yo no podía quedarme quieta”, dice Gina entre risas. “Allá trabajé en temas culturales y creé dos grupos más. Cuando llegué aquí a Santa Ana, hicimos una reunión todos los líderes de la comunidad y dije: ‘desde hoy solamente me llaman para temas culturales, no quiero que me llamen para nada más. Todo lo que es cultura: Gina Pérez.’ Y así descansé.”

Desde ese momento, Gina ha dirigido sus esfuerzos hacia la promoción y preservación de las tradiciones culturales de Santa Ana y la Isla de Barú. Su objetivo es divulgar la herencia cultural local a un público más amplio, como lo son los turistas, de esta forma, lograr que vean en la Isla de Barú más allá que playa, sol y arena, y que conozcan la nutrida oferta cultural que tienen por ofrecer la comunidad.

Sin limitarse a la danza, artesanías y folclore, Gina también se involucra activamente en proyectos destinados a transformar la cultura ciudadana en Barú, para así mejorar la convivencia entre los habitantes de la isla, porque, aunque en términos generales, se percibe mejor comportamiento en la isla que en Cartagena, en lo que tiene que ver con las normas básicas de convivencia, los baruleros piensan que siempre hay aspectos por mejorar.

Falta tierra por sembrar

Gina hace parte del 46% de los habitantes de Barú que piensa que las cosas en la Isla van por buen camino, pero que de todas formas hay mucho camino por recorrer.

Nosotros los que trabajamos en cultura tratamos de visibilizar todo ese trabajo ancestral que tenemos en la comunidad. Ahora estamos trabajando en un recorrido ecoturístico para que la gente no solamente venga a playa, sino que también venga aquí a la comunidad y vea toda esa belleza natural que tenemos en nuestro territorio.

Esto, para ella, es la esencia de los gestores culturales: visibilizar el territorio, motivar a que la gente vea más allá de lo conocido.

“Todo esto lo estamos haciendo gracias a las capacitaciones que recibimos de las organizaciones”, continua. “Brindan formaciones para ser mejores líderes o a personas que quieren un cambio en la comunidad. Si seguimos así, adquiriendo herramientas, Santa Ana va a cambiar.”

Hablando de la labor de fundaciones y organizaciones sociales y privadas que tienen presencia en el territorio, para esta sembradora, han resultado fundamentales en el cultivo de conocimientos, habilidades y recursos esenciales que le permiten desempeñar un papel aún más destacado en beneficio de su comunidad. Justamente, estas son, según el 17% de los habitantes, uno de los actores clave en la realización de acciones en pro de la calidad de vida de la isla.

En medio del abandono y falta de apoyo por parte de las administraciones distritales, estas han sido clave para ayudar al desarrollo de la isla, brindándole a personas como ella las herramientas necesarias para hacer florecer las semillas de los proyectos que ella misma ha plantado y cultivado.

“Para mí, las organizaciones han sido parte de mi crecimiento. Han sido parte de nuestra familia, han sido parte del desarrollo comunitario. A ti las fundaciones te pueden dar toda la plata que tú quieras, pero si no eres un buen líder para manejar todos esos recursos que te dan, sea dinero o intelecto, estás mal. Ahora tenemos herramientas para defender a nuestro territorio”, afirma.

Aún con el esfuerzo de las fundaciones y de los habitantes de la isla, todavía queda un largo trecho por recorrer hacia el progreso sostenible de la Isla de Barú. La administración Distrital, las organizaciones sociales y privadas arraigadas en el territorio, y la propia comunidad, deben converger en un esfuerzo conjunto para afrontar los desafíos pendientes.

 
Cartagena Cómo Vamos busca visibilizar las necesidades de la zona insular de Cartagena a través de los datos. Es por esto que, desde 2019, el programa realiza mediciones particulares para los corregimientos de las islas de Barú y Tierrabomba, que tienen dinámicas particulares, las cuales marcan retos diferentes a los que se hacen evidentes en el casco urbano de la capital de Bolívar.

Entre esos retos resaltan proyectos cruciales para la isla y que se han convertido en prioridades de los habitantes, según la Encuesta de Percepción Ciudadana, como lo es la formalización del empleo y la mejora de la calidad educativa. La creación de una institución de educación superior se erige como una necesidad inminente, y la instalación de soluciones de alcantarillado para la Isla y de agua potable para el corregimiento de Barú, que resultan esenciales para garantizar condiciones de vida digna. La administración debe priorizar estos proyectos y llevarlos a cabo de la mano de la comunidad, con un enfoque étnico que atienda las necesidades de los habitantes locales.

Aunque el camino es largo y desafiante, existen las voluntades dispuestas a hacer sinergia para tejer el futuro próspero que merece la isla de Barú y sus habitantes.

Los datos mencionados hacen parte de la Encuesta de Percepción Ciudadana y del Informe de Calidad de Vida de la isla de Barú.

Esta es una adaptación de nuestro especial desde las comunidades del #PodcastCómoVamos, dirigido y producido por Cartagena Cómo Vamos, en cooperación con la Fundación Santo Domingo y la difusión de La Cariñosa Cartagena.

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